Según Hahnemann (1811), para determinar el medicamento adecuado, la homeopatía clásica se fundamenta en el denominado “cuadro patogenético”.
Sostiene que existe una reciprocidad entre los síntomas de una enfermedad y aquellos que desarrolla el individuo sano objeto de experimentación tras la toma de una tintura madre o una sustancia diluida (diluciones homeopáticas o potencias).
El principio de acción que de ello puede resultar se conoce como “principio de similitud” (similia similibus curentur = los semejantes pueden curarse con los semejantes). El síndrome clínico que se manifiesta en un paciente se puede superar mediante una enfermedad similar, inducida artificialmente. El “principio de identidad”(isopatía = la condición –estado general puede sanarse con la sustancia causal), puede aplicarse en medicina antihomotóxica con sustancias alopáticas homeopatizadas y, en parte, con preparados nosodes; en medicina convencional, con vacunas.
La homeopatía clásica utiliza medicamentos unitarios, de los que sólo una parte son realmente remedios constituidos por una sola sustancia (por ejemplo, azufre, mercurio, arsénico, etc.) o son extractos vegetales que contienen una mezcla muy compleja de diversas sustancias. Los denominados repertorios (listados de síntomas producidos por medicamentos) facilitan a los médicos la elección de los medicamentos más adecuados en cada caso.
Los medicamentos antihomotóxicos constituyen principalmente mezclas de sustancias en potencias(diluciones homeopáticas) bajas o medias. Con la aplicación en la práctica del principio homeopático de curación, parecía obvio que la utilización de tinturas concentradas o tóxicas podrían dañar al paciente y, por tanto, sólo podrían usarse en diluciones (potencias) homeopáticas. El respaldo científico de esta práctica se encuentra en un principio aún vigente, la ley de Arndt-Schulz (Rudolf Arndt, psiquiatra, 1835-1900; Hugo Schulz, farmacólogo, 1853-1932), que demuestra una diferenciación cuantitativa del efecto de los medicamentos sobre biosistemas.
Esta ley establece que:
• Los estímulos débiles inducen la actividad vital (retroacción de los medicamentos homeopáticos),
• Los de intensidad moderada la activan,
• Los intensos la inhiben y
• Los de máxima intensidad la anulan.
Dado que en el desarrollo de una
enfermedad normalmente están implicadas muchas sustancias histoincompatibles,
está justificada la utilización simultánea de muchas “antitoxinas” potenciadas,
como las que están presentes en los medicamentos antihomotóxicos. Con el telón
de fondo de los opuestos planteamientos médicos y terapéuticos, promulgados en
la patología humoral, celular, molecular y materias relacionadas, incluyendo la
moderna cibernética, el médico alemán Dr. Hans-Heinrich Reckeweg formuló en
1952 su teoría de la Homotoxicología. Esta idea se desarrolló tomando como base
la homeopatía, con el propósito de ofrecer una perspectiva integral de la
síntesis de la ciencia médica.
H.-H. Reckeweg formuló el principio
fundamental de la Homotoxicología de la forma siguiente:“Según la Homotoxicología, todos aquellos procesos, síndromes y manifestaciones que conocemos como enfermedades son la expresión de la lucha del organismo contra las toxinas y de su intención de neutralizarlas y excretarlas. El organismo ganará o perderá esta lucha. Esos procesos que denominamos enfermedades son siempre procesos biológicos, es decir, procesos teleológicos naturales, que sirven para la defensa contra las toxinas y la detoxificación”.
En lo que respecta a los avances científicos y tecnológicos de la medicina convencional, la medicina antihomotóxica se vincula a la alopatía, mientras que la utilización terapéutica de sustancias potenciadas la ligan a la homeopatía. La medicina antihomotóxica es el puente entre la homeopatía y la medicina convencional.
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